Por JUANCHO ASENJO
De un tipo excesivo a otro
En estos días se han glosado todos los grandes logros profesionales de una figura egregia como la de Víctor de la Serna. De su prolífica carrera periodística se han contado y cantado hasta el último detalle por compañeros, colegas o amigos. Pero detrás de ese hombre alto, insultantemente brillante, tímido, dejado, discreto, introvertido, poco detallista hay una personalidad ignota que se escondía llena de bonhomía. Ninguno de los artículos publicados sobre su persona le habría gustado. Se hubiera ruborizado. Todas las personas estamos hechas de luces y sombras. En el caso de Víctor la intensidad de las luces oscurecía las sombras en lontananza.
Lo conocí en los años 80 en el pub Rebote, en la calle Campoamor de Madrid donde nos juntábamos algunos locos por el baloncesto viendo partidos de la NBA que llevaban él, Lolo Sainz y otros apasionados en cintas que se traían de USA. Bueno, no lo conocí porque pasarían años hasta que descubriera que Vicente Salaner era Víctor de la Serna.
Los aficionados al vino leíamos con devoción los artículos que escribía un tal Fernando Point hasta que Carlos Falcó -en una entrevista- comentó que el crítico vinícola que más le gustaba era Víctor de la Serna que firmaba con ese seudónimo. Víctor nos aclaró que era un colectivo enigmático compartido con Carmen -su mujer- que un día nos contó que ella se lo puso en homenaje al padre de Víctor, que firmaba como Punto y Coma, y en honor al mítico cocinero francés de La Pyramide, en Vienne.
En los albores de Internet nos conocimos Víctor, Luis Gutiérrez, Jens Riis y yo en Wine Lovers’s Discussion Group, la primera gran página de vinos online allá por el año 94. De ahí comenzaron los encuentros con un grupo que se creó alrededor de Víctor: cenas, catas a las que se unió Juanma Bellver que venía de El Mundo. En esas reuniones se gestó el nacimiento de elmundovino.com. De la admiración de todos por Víctor surgió el combustible suficiente para iniciar la aventura. Fue el momento donde el diario desarrolló las webs temáticas con un equipo extraordinario ahora hace 25 años. Un viernes final de mes de noviembre presentamos las páginas y el lunes ese equipo comenzó a trabajar en El País. Se fueron uniendo Juan Manuel Ibáñez, Harold Heckle, Telmo Rodríguez, David Bosch, Javier Pérez Andrés y más tarde Ignacio Villalgordo, Jesús Barquín, Álvaro Girón, Carlos Zalve, Ernestina Velasco, Alberto Pérez, Nacho Jiménez, Dani Poveda, Marco Ruiz-Giménez, Paco del Castillo y otros, además de articulistas contrastados. Con un comité de cata que se enfrentaba a ciegas con una treintena de vinos en cada sesión de denominaciones asentadas junto a otras emergentes. Solo una mujer en una de las grandes incoherencias que tuvimos. Un portal que fue la referencia vinícola española más prestigiosa en el mundo. Diferentes premios jalonaron esas dos décadas de éxitos y esfuerzo.
Como buen periodista formado en EE. UU. siempre respetó la libertad de opinión en los artículos que escribíamos sin ningún tipo de censura incluso sin compartir las opiniones vertidas por los colaboradores. Eso sí, como buen editor corregía los títulos de cada texto. Fue el parachoques contra cualquier ataque recibido ejerciendo de responsable y eso que fueron muchos los encontronazos. Víctor quería que su sucesor en gastronomía fuera Juanma Bellver y Luis Gutiérrez en el terreno vitivinícola. Cuando Jancis Robinson se quedó sin catador para España, Víctor le recomendó a Luis para esa labor que hizo compatible con la de miembro de elmundovino.com. Unos años más tarde, después de los líos del Wine Advocate en España, Robert Parker andaba a la búsqueda de la persona idónea que le representara. Me llama un día mi buen amigo Daniel Thomases, el hombre de Parker en Italia y responsable de la guía Veronelli junto a Gigi Brozzoni. Me cuenta que Robert le ha ofrecido añadir España a su trabajo. Le digo que no conoce una España en plena ebullición vinícola. Daniel, norteamericano afincado en Toscana desde hacía años, padecía bastantes dolores de cabeza con Italia que le suponían una presión asfixiante. Le aconsejo que lo rechace y así lo hizo. Lo publico en elmundovino.com y Víctor me pregunta la fuente. Le digo que es la mejor porque es el interesado. Al rechazarlo, Robert le llama a Víctor para ofrecerle el trabajo, pero previamente ha de renunciar a su bodega y mostrar una dedicación plena sin escribir de vino para cualquier otra publicación. Víctor dice que no y propone a Luis. Robert llama a Jancis que le da excelentes informes llegando a un acuerdo. Luis fue siempre el discípulo preferido de Víctor y con quien más sintonía tuvo.
Víctor, me recordaba al arquitecto Howard Roark, protagonista de la novela icónica del liberalismo El Manantial, de Ayn Rand. Individualista, enfrentado a cualquier grupo de poder a su manera, jamás rendido a los gustos de las masas o a los índices de audiencia, siempre en posesión de la verdad, incorruptible, defensor de la libertad individual frente a los excesos del Estado… Era un trabajador empedernido que no se adaptaba bien a hacerlo en equipo porque le costaba mucho. Le gustaba sacar un córner y rematarlo.
Como Víctor, no son muchas las personas que han tenido algo que decir, aunque siempre lo hiciera en voz alta, de forma alterada o aporreando su vieja máquina de escribir o el teclado del ordenador. Por eso era contradictorio como tributo al pertenecer a la condición humana. Sus arrebatos de mal humor, sus actos despectivos, sus comportamientos desagradables… son esa profunda mezcla de su carácter y de su inseguridad. La mesura jamás fue una de sus virtudes, pero mostraba, de vez en cuando, signos de cercanía auténtica.
Enemigo de homenajes, de reuniones masivas, de presentaciones llenas de gente. La última vez que hablé con él fue hace unos días con motivo de la celebración del 50 aniversario de la Real Academia de Gastronomía preguntándole si nos íbamos a ver. Me dijo que no quería ir a actos masivos, que ya tenía tres Premios Nacionales y eso que era uno de los homenajeados por Suárez de Lezo y su nueva junta directiva. Sin embargo, le gustaba acudir a cada reunión de la Académie Internationale du Vin, cuya presidencia ostentó su padre desde 1975 hasta su fallecimiento en 1983. Pocas personas saben que el camino de Víctor hasta convertirse en miembro de la Academia fue un campo minado no por culpa de los eméritos extranjeros que lo apoyaban efusivamente sino por los casposos marqueses españoles que lo consideraban demasiado “socialista”, como cuenta Joan Josep Abó. “Cosas veredes, amigo Sancho”.
En sus tiempos de estudiante en Nueva York, se aficionó al blues en aquellos garitos que siempre le apasionaron. Una afición que le acompañó hasta el final de su vida yendo a conciertos hasta hace pocas fechas. Recuerdo el día que nuestro amigo Orlando Lumbreras nos invitó a Víctor y a mí a una de sus sesiones sobre música y vino en Placeres Mundanos. Hace ya diez años de ello: https://www.rtve.es/play/audios/placeres-mundanos/placeres-mundanos-rock-wine-24-08-14/2724360/
No le gustaba destacar un vino como favorito porque no concebía tener que elegir uno en concreto. Le apasionaba descubrir vinos nuevos y ver la consolidación de las casas históricas o de las figuras emergentes.
A veces, dentro de una conversación se le escapaban anécdotas de su vida como aquella caída desde un balcón en San Sebastián a los 14 años. Fue hospitalizado y su madre le regaló El libro del convaleciente, de Jardiel Poncela.
Era tan feliz yendo a Diverxo como a una casa de comidas china en Usera que acababa de descubrir o volver a escribir de restaurantes que habían sido icónicos en su larga vida de comensal. Nadie sabe la cantidad de restaurantes donde fue a comer sin hacer crítica para no hacerles daño porque no le habían gustado. Tantos locales agradecidos por el empujón que supusieron sus palabras. Con su pequeña agenda tomando notas sin tomar una foto. Previamente había reservado con el apellido de su mujer que es Sandoval pagando al final de la comida la cuenta con religiosidad espartana porque no le gustaba que lo invitaran.
Jamás se podrá entender a Víctor de la Sena sin evaluar la influencia de su mujer Carmen en su vida. Sólo lo vi en dos ocasiones firme: una fue ante su madre, Nines Arenillas y la otra Carmen: dos mujeres con carácter capaces de no arredrarse ante el tornado. Una como madre y la otra como excepcional compañera de viaje que, sin una personalidad fuerte, y una paciencia ilimitada, difícil habría sido compartir tantos años con él.
Cuando decidió embarcarse en ese proyecto vital que fue la fundación de Finca Sandoval, su bodega en Manchuela, me llamó para que le echara una mano buscándole distribuidores y ayudándole en la venta. Difícil misión porque su espíritu nunca fue comercial y como relaciones públicas no se hubiera ganado la vida. Introdujo la touriga nacional, trajo clones de grandes viñas de syrah del Ródano apostando por la bobal que ya había sacado de su olvido Toni Sarrión.
Grandes Pagos de España fue otro de sus amores gracias a su gran amistad con Carlos Falcó. Víctor, Mariano García y Toni Sarrión fueron los que me llamaron para participar en las catas de Grandes Pagos de España y quienes confiaron en mi para crear un comité de cata independiente que puso en marcha Toni con su equipo.
Víctor ha sido un preclaro hijo de su tiempo. Del hombre y su circunstancia del que hablaba Ortega y Gasset. La herencia del carácter de su madre pesó más que la rigidez de los estudios en el colegio público suizo de su juventud junto a ese concepto tan arraigado en la época: si mostrabas los sentimientos era un signo de debilidad y de vulnerabilidad, sobre todo entre los hombres. Su expresividad emotiva brillaba por su ausencia. En un viaje le comenté por qué no le decía a su mujer que la quería o que guapa estaba y me argüía que si estaba loco. Recuerdo el día que falleció su hermano Carlos escribió el obituario sin suspender la cata en la que estábamos sin expresar un mínimo sentido de dolor externo. Ver su sufrimiento interior nos causaba escalofríos. Sólo le vi una vez quitarse la máscara hablando de su hija Cristina y de su proyección de la que se sentía orgulloso -a la que no dejaba ser periodista- y algunas sobre Carmen cuando estaba de viaje.
A pesar de no dejarse querer, muchos le queríamos; a pesar de no dejarse ayudar, muchos le intentábamos ayudar. Son tantos los recuerdos que se agolpan… Esa comida en Lausana, en una de las reuniones de la Academia Internacional del Vino con una raclette para compartir con los dos grandes crus blancos del Lago Leman mientras contaba sus años de estudiante en esa zona. O el encuentro en Washington con Jens y conmigo, que estábamos en Virginia, en un viaje de Grandes Pagos de España con una nevada que incomunicó el este de los Estados Unidos. El día que me acompañó a la Embajada de Italia cuando me condecoró el presidente italiano como cavaliere della Repubblica en 2010 o el mágnum de Romanée-Conti de 1971 que le dio su madre para vender y, como no pudo hacerlo, nos la bebimos en Aldaba…
La desaparición de elmundovino.com y la venta de su bodega fueron dos golpes que nunca asumió. Lo debilitaron, perdió una parte de su relación íntima con el mundo del vino. No terminó de aceptar el cierre de elmundovino.com porque fue su magna creación.
Darle un arma como eran los 118 caracteres de Twitter -y luego X- significaba nombrar a un pirómano jefe de una brigada contra incendios. La aparición de las redes sociales fueron para Víctor un arma de compartir conocimientos, de informar y de destrucción. En sus últimos tiempos, mostró esa contradicción vital que llevamos todos dentro: incendiaba las redes donde disparaba en todas las direcciones sin medir la fuerza de fuego con el armamento a su disposición que era mucho y variado. Disparó a los contrarios y a los cercanos donde nadie estaba seguro ni escondido en una trinchera. Sus cuentas no dejaban indiferente a nadie. Su radicalización contra la política actual, contra los defensores de la independencia catalana, contra el gobierno y los ministros, contra el deterioro del periodismo… no dejaba títere con cabeza. Me dejó de seguir en X por un par de acaloradas discusiones sobre la Reconquista y los orígenes de España donde me mostraba una cita de un historiador anglosajón y le respondí con media docena de citas de otros historiadores y una docena de libros. Me acusó de ser un supremacista cultural y un radical, mientras en Facebook me decía que era una pena que no me hubiera dedicado a la crítica futbolística y, al día siguiente, que me estaba convirtiendo en un forofo antimadridista. Jamás afectó en nuestra relación. Pocas cosas admitía peor a que se le llevara la contraria en cualquier tema, aunque se le rebatiera con argumentos. En eso Carmen fue la campeona de desencuentros y yo un alumno aventajado.
Sin embargo, alejado de las redes en su vida cotidiana, se volvió mucho más humano y dócil, bajó el tono de voz. Intentaba ser cariñoso a su manera que no era la que se entiende popularmente, pero ese esfuerzo lo sentían los implicados.
En una sociedad como la de hoy, parece complicado pensar de forma diferente, concebir la vida desde puntos de vista alejados y tener amistad. Ese es el caso de Víctor y mío. Discutíamos a menudo, hemos discrepado apasionadamente y al día siguiente seguíamos sin que nada hubiera pasado. Jamás tuvo rencor porque olvidaba con la misma velocidad que repartía estopa. Iba de frente sin coraza defensiva. Aunque compartimos una honda sed de conocimientos, hacemos oídos sordos y nos hablamos con hostilidad. Las personas hemos de aceptarnos como somos sin intentar cambiar al otro.
El mundo al que perteneció Víctor ha desaparecido, ya no existe porque no lo sentía como suyo. Víctor se ha ido despidiendo de todos nosotros desde hace años sin pregonarlo. Era consciente de que los tiempos que se nos avecinan serán complicados en una época de empobrecimiento ético. Era otra manera de sufrir en silencio. Se nos acaba de marchar y ya lo echamos de menos porque ha dejado una huella profunda en el mundo periodístico, enogastronómico y humano. Se nos ha ido demasiado pronto. A buen seguro, seguirá viviendo dentro de todos nosotros.
Hemos sido unos privilegiados por haber coincidido con él y que formara parte de nuestras vidas. Víctor ha fertilizado la tierra. Sus semillas brotarán, quizás no a corto plazo, pero el tiempo engrandecerá su figura.
Sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve