Por JORDI JUTGLAR – Director de Viticultura en Celler Mas Doix
En las últimas décadas las mulas y azadas han ido desapareciendo del paisaje de Poboleda. La gente mayor del pueblo todavía recuerda con añoranza cuando, de jóvenes, alquilaban las casas buenas del pueblo para labrar con la mula las laderas. O cómo, para ganarse un sobresueldo, cogían la azada (o el chapo) y cavaban en todas las viñas de una finca.
Unos tiempos en que los materiales de desecho, como la lana vieja o el estiércol del corral servían para abonar el viñedo. Recuerdos de juventud, pero también de épocas difíciles y de trabajo muy duro. De esos ‘costers’, muchos se han perdido, y los que todavía duran han visto cómo las desbrozadoras, el herbicida y los abonos químicos tomaban el relevo.
El valor de los métodos tradicionales tiene mucho peso en nuestra tierra, dando continuidad a una cultura que viene de muy antiguo. Pero romanticismos aparte, desde un punto de vista agronómico, las nuevas técnicas para tratar las laderas han ido llevando, lentamente, a un decaimiento y empobrecimiento del viñedo. Las viñas son menos resilientes, sufren más desequilibrios y cada vez dependen más de estos insumos para subsistir.
En estos últimos años, Mas Doix está intentando revivir este viñedo viejo, y recuperar aquellos sistemas y técnicas tradicionales que pueden llevarnos a una viticultura más sostenible y a la vez más eficiente.
La aplicación de su compuesto orgánico, formado por estiércol y biochar (carbón vegetal), pretende aumentar la materia orgánica y el humus del suelo, así como aportar nutrientes de alta calidad a las viñas. Por otro lado, labrar las laderas con la mula y reseguir las viñas con la azada nos asegura un buen desarrollo de las raíces y mantener un buen vigor.
Revivir la viña, ayudarle a que no pierda la fuerza y a seguir su camino muchas décadas más. Vivirla como antes para hacerla renacer.