Por VICTOR DE LA SERNA
¿Querría usted hacer vino de calidad en pagos excepcionales, pero no dispone ni de viñas ni de grandes capitales? Hay una solución. El modelo de Jean-Marie Guffens: asociarse con viticultores dueños de buenas viñas, o firmar con ellos contratos de compra de uvas y/o vinos o de alquiler a largo plazo de viñas interesantes, y ocuparse de hacer o supervisar su vinificación. En España, Telmo Rodríguez lo ha desarrollado hasta convertirlo en una red nacional. En Francia, los jóvenes émulos de Guffens, a veces con modestísimos medios, están logrando resultados dignos de atención.
Guffens es un belga que creó su propia finquita vitícola en el Mâconnais, la zona más meridional de Borgoña, conocida por sus vinos blancos. Como vivir de unas poquísimas hectáreas es difícil, por muy reconocido que sea el vino (y pronto lo fue), Guffens hizo lo que otros: crear una segunda bodega de ‘négociant’, comprando uva y elaborando una serie de vinos nuevos. (En España se habrían agregado esas uvas al vino ya reconocido para sacar más botellas a un precio garantizado, pero no vamos a hablar aquí de cosas tan poco serias…).
Lo original de Guffens es que buscó sus uvas, firmando contratos de aprovisionamiento de larga duración con los viticultores, en toda Borgoña, incluido el norteño enclave de Chablis, a cerca de 300 kilómetros de su base en Sologny (Saône-et-Loire). Para un pequeño productor, esa dispersión geográfica era un desafío. Hasta entonces, los ‘négociants’ se movían en ámbitos mucho más restringidos (como sucede, por ejemplo, en Rioja). Pero él lo aceptó, elaborando los vinos cerca de las viñas (alquilando o compartiendo instalaciones ajenas) para luego transportar en camión depósitos o barricas a su bodega central, donde se hace la crianza.
En todo lo demás, Guffens seguía la norma: cada ‘cru’ o pago vinificado por separado, con su denominación de origen propia. Su firma ‘négociant’, Verget, elabora hasta 32 vinos (todos blancos) distintos, muchos de ellos en cantidades muy reducidas.
En España, donde la escala de las empresas vitícolas es mucho más grande, es hoy común instalarse en otras zonas (Martínez Bujanda en Cuenca, Eguren en Toro…), pero fue hace ya un cuarto de siglo Telmo Rodríguez, junto a su socio Pablo Eguzkiza, quien más se acercó al modelo Guffens a través de la Compañía de Vinos Telmo Rodríguez. En este caso, sin embargo, la centralización en una sola bodega de crianza no se hace: las propias dimensiones geográficas de una actividad que cubre media España lo hacen imposible.
En Francia, el alumno más aventajado de Guffens es Eric Texier , pero van surgiendo más. Y la diversificación geográfica va acentuándose…
Un caso interesante que conocimos en sus inicios hacia 2001 es el de la entonces jovencísima pareja formada por Emmanuelle Dupéré y Laurent Barrera, quienes desde su base en Toulon seleccionan partidas de vino en otras bodegas, a menudo dedicadas a graneles, a las que imponen unos criterios de selección de pagos y de elaboración (muy poco SO2 al inicio de la fermentación, en particular). Transportan lo antes posible el vino acabado a su pequeñísima bodega, donde se criará y se embotellará manualmente, sin clarificación ni filtrado (lo cual es una exigencia constante de todos estos productores de calidad, incluidos Guffens y Texier).
Emprendedores, los Dupéré-Barrera van del sur del Ródano al Rosellón (crían un excelente Rivesaltes dulce, elaborado como un Vintage de Oporto), pasando por sus ‘cuvées’ de monastrell puro de viejos pagos de Bandol, desclasificados a Côtes-de-Provence por no cumplir los discutibles requisitos de la apelación Bandol (que prohibe los monastrell varietales y exige un mínimo de crianza de 18 meses en madera). Un área de acción de cerca de 400 kilómetros. Los vinos, puros y rectos, sin trucos ni grandes cargas de roble nuevo, reflejan ya un estilo definido.
La pareja andaba por las 10.000 botellas anuales cuando la conocimos y esperaba poder llegar a unas 30.000. Pero a través de su importador estadounidense vemos que van ya por las 60.000. Un gran esfuerzo. No, no buscan los grandes volúmenes ni ser millonarios. Su sueño era entonces otro: como el de todos estos pequeños ‘négociants’, es el de agregar a sus vinos comprados alguna buena viña en propiedad. Pero parece que finalmente han renunciado a ello.
Ellos siguen encontrando partidas de uvas y vino que comprar y elaborar «como nos gusta a nosotros» -que es lo que recalcan todos ellos-, y así poco a poco se puede ir viviendo y preparando el ansiado salto a la viña propia. Un Texier, que con su larga oferta de vinos ya ha alcanzado una masa crítica de unas 250.000 botellas anuales, ya se acerca a la meta. Los Dupéré-Barrera, también. Es un cuarto de siglo que hemos vivido de manera similar muchos entusiastas en Francia y en España.