Recordamos a grandes pioneros en la recuperación de los grandes vinos de terruño en España

2024-03-19T13:06:24+01:00 19 marzo, 2024|

Por VÍCTOR DE LA SERNA

Un pequeño grupo de amigos y entusiastas de la viticultura y del vino en las dos Castillas empezaron en el año 2000 a discutir apasionadamente sobre la necesidad de poner en valor el terruño, los vinos originarios de una sola finca, un solo suelo, un solo microclima –los vinos de pago, del latín ‘pagus’, pequeña finca rural- en una época en la que los conceptos industriales, de alto rendimiento y de procedencia diversa de las uvas se imponían aún en el vino español. Crearon la asociación Grandes Pagos de Castilla, que pocos años después pasó a ser Grandes Pagos de España.

Algunos, como yo mismo, cedieron más tarde a otros el mando en sus pagos, porque el tiempo no pasa en vano. Otros nos han ido dejando debido al curso inmisericorde del tiempo. Pero la pandemia que se inició en 2020 ha sido precursora de una serie inesperada y dolorosa de fallecimientos en la que hemos perdido a demasiados amigos dentro del grupo de vinicultores de Grandes Pagos.

Recordemos, pues, a estos precursores del gran retorno de nuestro sector, en España, al concepto de vinos de terruño que nos han dejado en tan corto lapso de tiempo.

En primer lugar hay que mencionar, sin duda, al primer y entusiasta promotor del retorno al terruño, Carlos Falcó, el marqués de Griñón, que realizó su labor desde un territorio, el comprendido entre el río Tajo y los montes de Toledo, donde el concepto de terruño estaba muy marcadamente olvidado. Carlos fue una de las primeras víctimas del Covid 19, prácticamente al mismo tiempo –y probablemente por un contagio en el mismo lugar y el mismo día- que Alfonso Cortina, creador de Vallegarcía en los mismos montes de Toledo.

Nos han ido dejando después varios miembros fundamentales y reconocidos de nuestra asociación y del movimiento terruñista en España, que en algunos casos –como habían hecho en Castilla-La Mancha Carlos y Alfonso- revelaron al mundo zonas de inmensa categoría vinícola olvidadas desde hace siglos. Fue el caso de Francisco Uribes, del Pago Calzadilla en las sierras de Cuenca, y de José Antonio Itarte, que marchó desde el País Vasco hasta las alturas de Ronda, en Málaga, para resucitar una milenario historia de grandes viñedos.

También nos han dejado Javier Zaccagnini, que de responsable del Consejo Regulador de la Ribera del Duero pasó a entusiasta recuperador de los históricos viñedos de esa regíón, Carlos Esteva, que rompió con cierta deriva tecnológica del Penedès al recuperar el potencial único de su macizo del Garraf, Xavier Gramona, que en la misma zona de Cataluña se distinguió por su impulso a los vinos espumosos de muy larga crianza, y César Muñoz, uno de los más destacados enólogos de España, que en los últimos años propició con su asesoramiento el resurgir de Chivite en Navarra.

Nos han dejado, tristemente, pero su legado forma una parte decisiva en el resurgimiento y la revelación al mundo de España, en su conjunto, como uno de los países más ricos y mejor dotados en terruños aptos para los vinos más grandes. Cuando ellos empezaron sus caminos esa tradición había sido en gran parte olvidada en todo el mundo.

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